domingo, 19 de agosto de 2012

Un no ser en la Antártida

No sabía para dónde correr. Mi corazón estaba a mil y mi consciencia se había transportado a un lugar lejano, a un lugar en el que racionalizar se me hacía demasiado difícil. Recuerdo que era una tarde muy fría, acababa de llover; por suerte no me me había empapado con la lluvia pues no lo habría tolerado. Mi alrededor se oscurecía cada vez más.

Caminaba por las calles de mi ciudad intentando descubrir lo mejor que podría decidir en ese momento. Toda mi vida se había volcado en mi contra, todo lo que construí se destruyó, todo lo que alguna vez conocí, me parecía tan extraño y nunca antes vivenciado.

En el pasado tomé decisiones, no malas, no, sino que tenían repercusiones que sabía que iban a acabar con mi presente. Deudas, maltratos y un mundo egocentrista era en el que me había mezclado y las garras de ese existir me habían sustraído de la felicidad, entregué mi cuerpo y mi corazón a deseos ajenos, a personas que no querían mi bien; yo no quería mi bien.

Decidí morir.

Decidí emprender un caminar a una realidad que solo los muertos ya conocemos, una realidad en la que nadie con vida sabe a ciencia cierta cómo es, cómo se vive, cómo se analiza. Mi identidad corpórea se había desaparecido, mi cuerpo ya no era tangible; realmente es extraño, me puedo ver pero no me puedo tocar. Ya no me puedo peinar, ya no me puedo vestir, ya no me puedo acariciar. Mi "cuerpo", mi lo que sea, ya flotaba, yo floto desnudo en el flujo divagante de la vida.

¿A dónde ir? Siempre había querido en vida conocer muchas partes, pero ahora la emoción ya no era la misma, yo ya no me sentía el mismo. Puedo ir a cualquier parte, pero en esos momentos, viendo mi corporeidad yacer inexistente en el piso, me conmocinaba, me hacía sentir impacto cuando por vez primera supe que había muerto.

Empecé a flotar por mi ciudad, por lo que conocía y decidí desterrarme a tierras inóspitas, a tierras donde poco ser humano o ninguno había puesto huella. Floté en los aires, floté por montañas... Empecé a flotar por mar. Ya no sentía el clima, no conocía ya calor o frío, me sentía un vegetal pensante. El mar, ese en el que un día en vida me sumergí y fui feliz, ahora simplemente iba por encima sin destino cierto.

Ya el tiempo se había convertido en algo raro, ya no había percepción de él, ya no habían preocupaciones, ya no habían afanes. Aún podía leer, gracias, aún podía reconocer mi español y a lo lejos empezó a deslumbrarme un blanco, muy fuerte e incandescente. ¡Pingüinos! Valla sorpresa me llevé cuando vi pingüinos. ¿Era la Antártida? ¡Claro que era la Antártida! Wow Había llegado a ese lugar que solo lo había visto en documentales de Discovery Channel. Fue realmente grato, pero sabía que la emoción estaba mermada, el flujo de mis emociones ya no era el mismo. Tampoco sentía tristeza.

Valla lugar al que llegué, podía ir donde quisiera. Filosofaba, filosofo más que nunca. Mis pensamientos son los que no paran; ahora me gusta hacerme a la idea de que ellos son los que me dan el calor que ya no siento. Al pasar el tiempo, el hielo me empezó a parecer hermoso, nunca me había parecido eso, me parecía magnífico.

Ahora convivo con osos, con la brisa que dedujo por lo que veo, con focas y con mucha nada. De vez en cuando, muy rara vez percibo seres, con cuerpos, siento una leve envidia, los veo que estudian mi hogar.

Hoy no sé si condenado estoy a divagar, ¿será este el purgatorio? ¿por qué no puedo ver otros muertos como yo? Me siento solo, pero no me incomoda, ya que todo es diferente ahora. Llevo ya bastante espacio de tiempo habitando la Antártida, mi Antártida y no sé bien mis pensamientos a dónde me llevarán.

martes, 14 de agosto de 2012

El taxista

Gotas de sudor bajaban por su frente, la respiración era demasiado agitada, sentía la presión de los latidos de su corazón en los oídos, las manos le parecían temblar. Así se despertó Felipe Oquendo en su apartamento, solo y consternado por una pesadilla que había tenido y los recuerdos de esta iban desapareciendo cada segundo.

Felipe es amigable, introspectivo. Le encanta sonreír y suele ser incoherente. Le valoran enormemente su nobleza.Vive con unas cuantas matas que le han acompañado desde que dejó a sus padres. Sus plantas, con nombre cada una, son las únicas en las que descarga sus pesares y lamentos. Les entrega su parte negativa, se desahoga en ellas.

Era un día soleado, las nubes eran hermosas y se podían diferenciar muchas formas en ellas. Desayunó, en cuanto estuvo vestido, su usual cazuela con elementos grasientos. Le encanta el chicharrón. Los pensamientos que circulan en su mente, su basto universo de sensaciones, emociones y paradojas, estaban disminuidos sustancialmente ese día. La pesadilla lo había afectado.

Poniendo el motor de su taxi en marcha, sale a las calles de Lorda, su ciudad natal, una ciudad cosmopolita, aquella en la que su niñez se había desarrollado, en la cual había llorado. Se iba acercando al centro, se iba evidenciando la congestión vial. Veía las caras airadas de los conductores, unos hablando por celular, peatones imprudentes; no le importaba. 

Con las manos en el volante, estando a punto de volver a arrancar, nota la despreciada cicatriz en el dorso de su mano izquierda. Una de tantas, que traían recuerdos ajenos a su gusto del pasado. Manejando por la ciudad, cae en cuenta de que se acerca a la escuela donde estudió su bachillerato. Pasa y reconoce a Marlon.

Transcurren tres días.

Marlon se sube al taxi de Felipe, el primero le indica al otro que lo lleve al Parque Central. Empiezan el recorrido. Marlon nota que su conductor no va por el acostumbrado camino que solía tomar, no decide preguntarle nada. Quizá era un atajo, quizá había menos vehículos. Felipe mira a Marlon por medio del retrovisor, Marlon nota una mirada algo intimidante. La sostiene. Marlon se da cuenta que están en una calle muy solitaria. Se acercaba el mediodía, hacía mucho calor. Felipe estaciona el carro, le manda un golpe a Marlon y le cubre la nariz con un trapo.

Felipe conduce hacia la parte rural de la ciudad. Por cada metro, cada decámetro que pasa, aumenta la angustia, el odio y la tristeza albergados de hace bastantes años ya en su ser. Marlon le hacía bullying a Felipe en el colegio. Fueron días tristes, infelices, dolorosos, de silencio. Tres días atrás que la vida juntó a estos dos seres separados por el tiempo, un deseo imperioso de venganza inundó el ser de Felipe. Construyó un plan.

Marlon duerme, yaciendo en la silla. Lo veía Felipe. Éste, apreciando su respiración, sus labios, su pene, sus pechos. Se sentía superior a él y con la capacidad de decidir sobre su vida. Esperando a que se despertara, llora silenciosamente, cuestionándose por qué había dejado trascender tanto la situación del maltrato. Se toca la cabeza, le toca la cabeza. Felipe sale de la habitación a desvestirse y a buscar un pequeño maletín.

Lentamente y con un leve mareo, Marlon va abriendo sus ojos y notando la penumbra en la que estaba. Se acercaban las seis de la tarde. Ya casi despierto del todo, Marlon se siente desnudo, tiene mucho calor a causa de la calefacción, se da cuenta que está atado... Respirando con nervios y angustia ve a Felipe entrar desnudo al cuarto, se posa frente a él a unos cinco pasos y abre el pequeño maletín.

Marlon, estando muy nervioso, ve cómo el hombre que tenía en frente saca un frasquito de vinilo y un pequeño pincel. Decide mantenerse en silencio. Felipe le recuerda quién es, la mente de Marlon se lo confirma; el primero empieza a enumerarle uno a uno los sucesos que lo marcaron al otro y por cada uno le pintaba una raya en el cuerpo. Felipe empieza a llorar a la vez que nota que su antiguo agresor hacía lo mismo. Marlon alega que fueron cosas de la niñez, el otro le dice que esas cosas han perdurado cada mañana, tarde y noche desde entonces.

Felipe lo vuelve a dormir, con cloroformo. Lo deja pintado. Lo viste. 

Marlon se despierta en el Parque Central completamente "normal". No decide tomar represarias, siente cómo saldó, en contra de su verdadera voluntad, el daño que le había hecho a su compañero de clase. Felipe, recostado en su cama, acompañado por su soledad y  con la cara húmeda por las caricias de sus lágrimas, siente paz y una ira ya desvanecida por el arrepentimiento visto en los ojos de Marlon. Siente que todo se borró.
Risueño, soñador y esperanzado. Daniel Bustamante, un hombre que ha atravesado veintiún veranos hasta hoy. Feliz de ser colombiano, con un sentido social de reivindicar la patria, construir sociedad y generar impacto.
Es un estudiante de comunicación social, cursa actualmente el tercer semestre. Gastrónomo titulado; por hobbie fue que decidió estudiar esta carrera que realmente nunca vio con ojos de lucro.
Terco, egoísta y malhumorado. Cree en la posibilidad de un mundo mejor, de una sociedad próspera y equitativa.
Es fanático de la banda de rock irlandesa the Cranberries hace ocho años, significa mucho para él. Le encanta fumar, lo hace constantemente desde hace un año. Su paladar "se derrite" frente a la comida mexicana y los sabores moderadamente fuertes. Odia los mariscos. 
Ama tener gafas, más no el hecho de tener problemas en la visión. Se siente feliz de ser crespo. Acepta y quiere su cuerpo y trata de cuidarlo. Es un trigueño de setenta y seis kilos de peso y un metro y setenta y cuatro centímetros de estatura. Ojos café oscuros.
Le encanta la temporada invernal, los días y las noches en las que la lluvia aparece. Le tiene miedo a los edificios de formas irregulares y a las alturas. 
Ama a su familia, el hogar para él constituye la estructura básica de la sociedad, trata de velar por ella. Se siente orgulloso de sus padres.
Él sueña con su realización, con su felicidad y la de quienes lo rodean.

Mapa conceptual - Lectura 'El periodismo narrativo o una manera de dejar huella de una sociedad en una época.'