martes, 14 de agosto de 2012

El taxista

Gotas de sudor bajaban por su frente, la respiración era demasiado agitada, sentía la presión de los latidos de su corazón en los oídos, las manos le parecían temblar. Así se despertó Felipe Oquendo en su apartamento, solo y consternado por una pesadilla que había tenido y los recuerdos de esta iban desapareciendo cada segundo.

Felipe es amigable, introspectivo. Le encanta sonreír y suele ser incoherente. Le valoran enormemente su nobleza.Vive con unas cuantas matas que le han acompañado desde que dejó a sus padres. Sus plantas, con nombre cada una, son las únicas en las que descarga sus pesares y lamentos. Les entrega su parte negativa, se desahoga en ellas.

Era un día soleado, las nubes eran hermosas y se podían diferenciar muchas formas en ellas. Desayunó, en cuanto estuvo vestido, su usual cazuela con elementos grasientos. Le encanta el chicharrón. Los pensamientos que circulan en su mente, su basto universo de sensaciones, emociones y paradojas, estaban disminuidos sustancialmente ese día. La pesadilla lo había afectado.

Poniendo el motor de su taxi en marcha, sale a las calles de Lorda, su ciudad natal, una ciudad cosmopolita, aquella en la que su niñez se había desarrollado, en la cual había llorado. Se iba acercando al centro, se iba evidenciando la congestión vial. Veía las caras airadas de los conductores, unos hablando por celular, peatones imprudentes; no le importaba. 

Con las manos en el volante, estando a punto de volver a arrancar, nota la despreciada cicatriz en el dorso de su mano izquierda. Una de tantas, que traían recuerdos ajenos a su gusto del pasado. Manejando por la ciudad, cae en cuenta de que se acerca a la escuela donde estudió su bachillerato. Pasa y reconoce a Marlon.

Transcurren tres días.

Marlon se sube al taxi de Felipe, el primero le indica al otro que lo lleve al Parque Central. Empiezan el recorrido. Marlon nota que su conductor no va por el acostumbrado camino que solía tomar, no decide preguntarle nada. Quizá era un atajo, quizá había menos vehículos. Felipe mira a Marlon por medio del retrovisor, Marlon nota una mirada algo intimidante. La sostiene. Marlon se da cuenta que están en una calle muy solitaria. Se acercaba el mediodía, hacía mucho calor. Felipe estaciona el carro, le manda un golpe a Marlon y le cubre la nariz con un trapo.

Felipe conduce hacia la parte rural de la ciudad. Por cada metro, cada decámetro que pasa, aumenta la angustia, el odio y la tristeza albergados de hace bastantes años ya en su ser. Marlon le hacía bullying a Felipe en el colegio. Fueron días tristes, infelices, dolorosos, de silencio. Tres días atrás que la vida juntó a estos dos seres separados por el tiempo, un deseo imperioso de venganza inundó el ser de Felipe. Construyó un plan.

Marlon duerme, yaciendo en la silla. Lo veía Felipe. Éste, apreciando su respiración, sus labios, su pene, sus pechos. Se sentía superior a él y con la capacidad de decidir sobre su vida. Esperando a que se despertara, llora silenciosamente, cuestionándose por qué había dejado trascender tanto la situación del maltrato. Se toca la cabeza, le toca la cabeza. Felipe sale de la habitación a desvestirse y a buscar un pequeño maletín.

Lentamente y con un leve mareo, Marlon va abriendo sus ojos y notando la penumbra en la que estaba. Se acercaban las seis de la tarde. Ya casi despierto del todo, Marlon se siente desnudo, tiene mucho calor a causa de la calefacción, se da cuenta que está atado... Respirando con nervios y angustia ve a Felipe entrar desnudo al cuarto, se posa frente a él a unos cinco pasos y abre el pequeño maletín.

Marlon, estando muy nervioso, ve cómo el hombre que tenía en frente saca un frasquito de vinilo y un pequeño pincel. Decide mantenerse en silencio. Felipe le recuerda quién es, la mente de Marlon se lo confirma; el primero empieza a enumerarle uno a uno los sucesos que lo marcaron al otro y por cada uno le pintaba una raya en el cuerpo. Felipe empieza a llorar a la vez que nota que su antiguo agresor hacía lo mismo. Marlon alega que fueron cosas de la niñez, el otro le dice que esas cosas han perdurado cada mañana, tarde y noche desde entonces.

Felipe lo vuelve a dormir, con cloroformo. Lo deja pintado. Lo viste. 

Marlon se despierta en el Parque Central completamente "normal". No decide tomar represarias, siente cómo saldó, en contra de su verdadera voluntad, el daño que le había hecho a su compañero de clase. Felipe, recostado en su cama, acompañado por su soledad y  con la cara húmeda por las caricias de sus lágrimas, siente paz y una ira ya desvanecida por el arrepentimiento visto en los ojos de Marlon. Siente que todo se borró.

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